Faltan ya apenas horas para que
Alberto Contador regrese del infierno que en los últimos dos años le ha tocado
vivir, y los aficionados españoles nos empezamos a frotar las manos ante la retahíla
de triunfos que a partir de ahora deben empezar a llegar de manos del pinteño.
Dejando a un lado el inútil debate
sobre su positivo por dopaje, hoy quería tratar la bonita rivalidad que
Contador lleva manteniendo con Andy Schleck en los últimos años.
No soy un aficionado veterano de
este deporte, aún, pero las batallas que estos dos gladiadores nos han regalado
están a la altura de míticos enfrentamientos que la mayoría solo conocemos por
los libros y documentales: Bahamontes y
Charlie Gaul, Anquetil y Poulidor…
Recuerdo que fué en 2008 cuando
me fijé más detenidamente en Andy. Ya le conocía de antes, cuando había logrado
el segundo puesto en el Giro de Italia, pero fue en el Tour que ganó Carlos
Sastre, y sobre todo en Alpe D´Huez, cuando todo el mundo se dio cuenta de que
ese chico no solo apuntaba maneras. Iba a convertirse en un hombre- Tour,
porque subía como los ángeles.
En retrospectiva, y para quien no
lo recuerde, antes de la última subida, Cadel Evans portaba el amarillo. Por
detrás de él, Frank Schleck, el hermanísimo de Andy, Carlos Sastre y el ruso
Dennis Menchov aspiraban a arrebatárselo.
Andy, sin opciones, prometía dar batalla para llevar a su hermano, y compañero de
equipo, a lo más alto del pódium. El problema era que Carlos Sastre militaba junto a ellos
en el CSC.
A pie de puerto, Sastre atacó y
se fue distanciando de sus rivales. Los Schleck empezaron a ponerse nerviosos. Querían lograr
la victoria a toda costa. Daba igual arruinar las opciones de un compañero de
equipo. Querían dar batalla. Cayese quien cayese… Y vaya si lo hicieron: hasta
en tres ocasiones Andy, y otras tantas Frank, atacaron para descolgar a Evans y
alcanzar a Sastre. Tres ciclistas del
mismo equipo peleándose entre ellos, y Bjarne Rijs, su director deportivo, permitiéndolo.
El espectáculo era bochornoso.
Finalmente a su director no le
quedó más remedió que cesar las intentonas, y mandó a los gemelos proteger la posición
de Carlos y controlar al grupo. Y ahí es
cuando Andy se destapó. Con cada ataque de rabia de sus rivales, el los
neutralizaba con una facilidad pasmosa. Mientras la mayoría se encogían de
dolor, el sonreía e incluso hacia bromas. Ese día el mundo supo quien era Andy
Schleck. Supo que había nacido una estrella.
Las redacciones de la mitad del
planeta escribieron lo que todos estábamos pensando. Que deseábamos que llegara
el siguiente Tour para ver que sería capaz de hacer ese chico contra un Alberto
Contador capaz de ganar un Giro sin un mínimo de preparación.
Y vaya si lo hizo. Al año
siguiente ganó todo un monumento como la Lieja Bastoña Lieja, con tan solo 24
añitos.
En el Tour, aunque nunca dio la
sensación de poder ganar a un Contador implacable, fue el único, y recordemos
que aun vestía el maillot de mejor joven, capaz de aguantar las explosivas aceleraciones
del pinteño.
Insultante fue como Andy
arrancaba para hacer de lanzador de su hermano, en la última etapa de montaña
en el Mont Ventoux, y tanto él, como Contador, metían tierra de por medio con
el resto en cuestión de segundos. Ese Tour lo finalizó en segunda
posición, superando a ciclistas como Armstrong, Evans, Kloden, Frank Schleck…
Y no se quedó ahí, en el
siguiente Tour, el dominio de ambos era tal, que sus marcajes les permitían olvidarse
de los demás, pararse, arrancar y alcanzar al resto.
En una de las etapas de montaña,
subiendo el Port de Balés, Schleck atacó, pero con tan mala suerte que al meter
la marcha, la cadena se salió, lo que permitió a Contador alcanzarle y contraatacar,
metiéndole tiempo en la clasificación general. El enfrentamiento estaba
servido.
Schleck acuso a Alberto de jugar
sucio, y este se defendió diciendo que no había visto el incidente.
No había tiempo que perder, el
Tourmalet esperaba. En el centenario de
este coloso, la celebración no defraudó. Y no defraudó porque Andy decidió
atacar pronto y quemar sus bazas. Alberto le siguió rueda. Se sucedieron ataques
por ambas partes. Ataques muy duros. Ataques de esos en los que los músculos te
arden, y el primero que se siente y ceda pierde. Ataques de todo tipo. Cortos e inesperados.
Largos y muy duros. Ataques a base de ritmo demoledor que te dejan sin oxígeno,
en el que tu cuerpo te dice basta pero tu mente dice –
continua¡¡-
Nunca vi a Bahamontes. Ni a
Poulidor intentando dejar a Anquetil. Pero ese día el Tourmalet, bajo un cielo
negro y una lluvia de flashes, me hizo sentir lo mismo que debió sentir mi
abuelo en su juventud, cuando sujetaba el transistor en su casa de Salamanca.
Ese día recordé porque amo este deporte.
Al final, Contador en un gesto
poco competitivo, pero si muy inteligente, le cedió el triunfo al luxemburgués.
No sé si Andy ganará algún Tour
en la carretera, o Contador ampliara su palmarés en la ronda gala. Pero espero
que la historia les recuerde como lo que son: ángeles en las montañas.
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