Acostumbrados a vivir en
una sociedad que se retroalimenta del morbo, este mes de julio nos ha deparado
una rivalidad entre-comillada. Dos atletas peleando por la gloria. Obligados a
entenderse.
Por un lado Bradley
Wiggins, que ha arrasado durante todo el 2012, logrando la victoria en todas
las pruebas en las que se ha presentado. Sin demasiadas exhibiciones, su
machacante dominio contra el crono le ha servido para minar la moral de todos
sus rivales, que con más corazón que piernas y sin demasiado convencimiento, han tratado de
arrebatarle el trono que por derecho propio se ha ido ganando durante estos últimos
años, mas por tesón que por calidad.
Por otro lado, otro
británico, hijo de diplomáticos y nacido en Kenia, ha luchado contra sí mismo
en un doble dilema: seguir las órdenes de David Brailsford, y llevar en
volandas a Wiggins hacia la gloria. O rebelarse contra lo establecido, dar un
puñetazo encima de la mesa y reclamar lo que por meritos ya se ganó en
la última edición de la Vuelta a España. Una oportunidad. Un lugar entre los
elegidos. Un billete hacia la eternidad.
En un mundo tan ultra competitivo como el ciclismo, si quieres algo no valen medias tintas, y Chris Froome no ha tenido los arrestos suficientes para intentar lograr la victoria final.
En un mundo tan ultra competitivo como el ciclismo, si quieres algo no valen medias tintas, y Chris Froome no ha tenido los arrestos suficientes para intentar lograr la victoria final.
Durante todo el año,
Froome no ha dado la seguridad de poder repetir actuaciones como las del año
pasado en tierras patrias. Su rendimiento ha sido un misterio hasta la primera
llegada en alto del Tour, en La Planche des Belles Filles. Ahí, tras una exhibición
de Rogers y Porte, Froome tenía la misión de llevar hasta arriba a Wiggins, y
lograr que este perdiera el mínimo tiempo posible con Evans y Nibali. Durante
la misma, Froome no solo llevó un ritmo endiablado que descolgó a la mayoría de
favoritos, sino que en los últimos metros fue capaz de neutralizar a Evans, esprintar
y sacar de rueda a todos. Incluso a su jefe de filas.
Tras esta demostración de
fortaleza, el morbo ya estaba servido. En la primera crono algunos esperaban
que Wiggins se derrumbara y cediera el testigo a su compañero. Pero para
desgracia de muchos, esto no ocurrió.
Brad destrozó a sus rivales. Aunque Froome aguantó el tipo.
Las etapas se sucedieron
con ataques sin convencimiento de Evans y Nibali. Predominaba el conformismo y
la arrolladora superioridad del equipo Sky, que como no, provocaba no pocos
comentarios suspicaces en el mundillo. Una sombra de sospecha, tan necesaria y
a la vez tan dañina.
Y llegó la etapa 17 con
final en Peyragudes, en la que con el convencimiento de la mayoría de que
Froome estaba un punto por encima de Wiggins (o varios, vaya usted a saber), la
carrera los dejó solos en persecución de una victoria, que en principio parecía
en manos de Valverde, pero que se le escapaba de las manos en cada pedalada.
En retrospección. Tres kilómetros
a meta. Un minuto de ventaja para Valverde. Por detrás, Wiggins toma la cabeza
del grupo, en una demostración que parece decir: - Soy el más fuerte y lo voy a
demostrar. Cogerme si podéis.-
Uno a uno, todos
sus rivales van cediendo ante el ritmo.
Sus piernas arden y sus pulmones luchan por un poco mas de oxigeno, que
les permita aguantar. Pero no llega.
Wiggins se queda solo en cabeza. Y su lado Froome. Se miran y se
respetan. Wiggins quizás piensa - ¿que hace este aquí?. Tengo que demostrar al
mundo, o quizás a mi mismo que he sido el más fuerte- Pero
no puede. Cruzan unas palabras. Parece que Brad dice a su compañero, llévame
hasta arriba y la victoria es tuya. Solo le queda ser magnánimo. Pero no lo es
el que quiere, si no el que puede. Y Wiggins no puede, porque Froome va a por
Valverde. Demasiado rápido. La ventaja se reduce: 43, 35, 28 segundos… y cuando
parece que para el español está todo perdido, Wiggins cede. No puede seguir el
ritmo. La pantalla de su pulsómetro parpadea. Alarma.
Froome mira a Wiggins, le
dice – Vamos, mas rápido¡- Tira de él, se distancia unos metros, y vuelve a
esperarle. Así hasta tres veces. Se sabe superior. Froome tiene ansias de
victoria ¿o simplemente esta humillando a su líder?.
Nadie sabe que pasa por su
cabeza, pero seguro que una voz le grita - ¡rebélate¡- No sabe qué hacer….
Finalmente decide esperar junto a Wiggins. Y al llegar arriba Brad esboza una
media sonrisa, sabedor de que el Tour ya es suyo. Sabedor de que son los
primeros los que aparecen en los libros. Que la gloria no se comparte. Porque
cuando muera, estará en el Olimpo de los que alguna vez ganaron esta prueba. Al alcance
de muy pocos. Porque puedes resignarte a hacer lo que debes, o luchar por lo
que quieres.
Quizás esta fue la última
oportunidad para Froome. Quien sabe.
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