Treinta y siete grados de temperatura. Cielo encapotado y
amenazante. Terreno sin puertos. Ondulado. De sube y baja. Y paisaje agreste.
Sin demasiada vegetación. Cualquiera diría que la etapa de hoy transcurría por
tierras navarras. Irreconocible. Como irreconocible estuvo ayer Movistar,
cuando como los toros bravos que recorren Estafetas cada mes de julio, el
equipo de Unzue se declaro en rebeldía y con una fuerza animal se llevo la
victoria, cuando nadie daba un duro por
el equipo navarro.
Pero hoy era otra historia. La montaña ya se huele y solo
hay tiempo para una jornada de transición. La de hoy. Con final en la localidad
de Viana a 183 km de meta. A los hombres de la compañía telefónica les toca
defender el liderato de Castroviejo, y para ello nada mejor que dos buenos
caballos percherones, Erviti y Lastras, para tirar del pelotón y llevar la
tranquilidad al gran grupo.
Por delante, tres ciclistas que se niegan a aceptar la
dictadura establecida. El ruso Ignatiev, Chacón y el navarro Aramendía,
ciclista de la tierra, marchan en post de un final escrito. Un final sin gloria
que huele a sprint, cuyo premio para ellos serán las “migajas” en forma de minutos de publicidad.
Un esfuerzo baldío.
Pero necesario.
A treinta kilómetros para la meta, el panorama empieza a
cambiar. Por delante, los fugados dan muestras de debilidad y su ritmo comienza
a decaer. Demasiados sube y bajas.
Por detrás el pelotón huele la sangre, sabedor de que la
misma carrera hará morir la escapada, y los equipos tratan de llevar lo mejor
colocados a sus líderes: Contador, Froome…
Los kilómetros pasan y el ruso Ignatiev, haciendo honor a su
nacionalidad, no se rinde. Morir con las botas puestas antes de entregarse. Y se lleva a su rueda a un exhausto Aramendía.
Pero el guion está escrito. Hoy acaba en sprint. En final
loco y en cuesta. Sin equipo que controle. Y tras un sprint ajustado, la
victoria es para un gigantón de enormes patorras. John Degenkolb. Promesa
germana. Trabajo hecho. Una de una.
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